¿Qué es la moral?
¿Qué es la moral?
Antes de responder la anterior pregunta. Analiza y reflexiona los tres casos presentados por James Rachel (2006)
Primer Caso: LA BEBÉ THERESA
Theresa Ann Campo Pearson, una
niña nacida anencefálica conocida públicamente como la “bebé Theresa”, nació en
Florida en 1992. La anencefalia se cuenta entre los peores defectos congénitos
que existen. A veces, la gente se refiere a los anencefálicos como “bebés sin
cerebro”, y esto, en términos generales, nos da una buena imagen, aunque no sea
realmente precisa. Aunque faltan partes importantes del cerebro —el encéfalo y
el cerebelo—, así como el casquete del cráneo, hay tallo cerebral, y por ello
son posibles funciones autonómicas tales como la respiración y el latir del
corazón.
En los Estados Unidos, la
mayor parte de los casos de anencefalia se detectan durante el embarazo y son
abortados; de los que no son así, la mitad nacen muertos. Cada año, unos 300
nacen vivos, y comúnmente mueren a los pocos días.
La historia de la bebé Theresa
no sería notable salvo por la insólita petición que hicieron sus padres.
Sabiendo que su hija no podría vivir mucho y que, incluso si pudiera
sobrevivir, nunca tendría una vida consciente, los padres voluntariamente
ofrecieron los órganos de Theresa para trasplante. Pensaron que sus riñones,
hígado, corazón, pulmones y ojos deberían darse a otros niños que pudieran
beneficiarse de ellos. Los médicos convinieron en que era una buena idea. Por
lo menos 2 000 niños necesitan trasplantes cada año, y nunca hay suficientes
órganos disponibles. Pero los órganos no fueron tomados porque las leyes de
Florida no permiten quitar órganos hasta que el donante esté muerto.
Cuando Theresa murió, nueve
días después, ya era demasiado tarde para los otros niños: no se pudo
trasplantar sus órganos porque ya se habían deteriorado. Los artículos de los periódicos acerca de la
bebé Theresa generaron muchas discusiones públicas. ¿Habría sido correcto quitarle
los órganos, causándole la muerte inmediata, para ayudar a otros niños?
La prensa invitó a varios
“eticistas” profesionales —personas empleadas por universidades, hospitales y
escuelas de derecho, cuyo trabajo es pensar sobre estas cuestiones— a comentar
lo sucedido. Sorprendentemente, pocos de ellos estuvieron de acuerdo con los
padres y los médicos; apelaron antes bien a principios filosóficos tradicionales
para oponerse a la toma de órganos. “Parece espantoso usar a una persona como
medio para los fines de otros”, dijo uno de esos expertos. Otro sostuvo: “No es
ético matar con tal de salvar. No es ético matar a la persona A para salvar a
la persona B”. Y un tercero añadió: “Lo que los padres realmente están pidiendo
es: Maten a esta bebé moribunda para que sus órganos pueda emplearlos alguien más.
Bueno, ésta es realmente una propuesta horrenda”. ¿Era realmente horrenda? Las
opiniones se dividieron. Esos eticistas lo creyeron así, pero no los padres y
los doctores. Pero no sólo nos interesa lo que piense la gente; queremos saber
la verdad del asunto. De hecho, ¿estaban los padres en lo correcto al ofrecer
voluntariamente los órganos de su hija para trasplantarlos, o no? Si queremos
descubrir la verdad, tenemos que preguntar qué razones o argumentos pueden
darse en favor de cada bando. ¿Qué se puede decir para justificar la petición
de los padres, o para justificar la idea de que estaba mal lo que pedían?
Segundo Caso: JODIE Y MARY
En agosto del año 2000, una joven
de Gozo, isla cercana a Malta, descubrió que estaba embarazada de gemelos
siameses. A sabiendas de que los servicios médicos de Gozo eran inadecuados
para tratar las complicaciones de un nacimiento así, ella y su esposo fueron al
Hospital St. Mary en Manchester, Inglaterra, para el parto. Las niñas, llamadas
Mary y Jodie, estaban unidas por la parte inferior del abdomen. Sus columnas
vertebrales estaban unidas, y tenían un solo corazón y un par de pulmones para
las dos. Jodie, la más fuerte, enviaba la sangre a su hermana.
Nadie sabe cuántos siameses
nacen cada año. Son pocos, a pesar de que el reciente nacimiento de tres pares
en Oregon ha hecho pensar que los números están ascendiendo. (“Estados Unidos
tiene muy buen sistema de salud, pero muy malos registros”, comentó un médico.)
Aunque en gran parte se desconocen las causas de este fenómeno, sí sabemos que
los gemelos siameses son una variante de los gemelos idénticos. Los gemelos
idénticos se crean cuando el conjunto de células (el “preembrión”) se divide,
entre tres y ocho días después de la fertilización; si la partición se demora unos
días más, es posible que la división sea incompleta y que los gemelos resulten
siameses.
Algunos pares de siameses
viven bien. Llegan a adultos y algunas veces se casan y tienen hijos propios.
Sin embargo, las perspectivas de Mary y Jodie eran más sombrías. Los médicos
opinaron que, sin su intervención, morirían en un lapso de seis meses. La única
esperanza era una operación para separarlas; esto salvaría a Jodie, pero Mary
moriría inmediatamente.
Los padres, católicos devotos,
negaron el permiso para la operación alegando que esto apresuraría la muerte de
Mary. “Creemos que la naturaleza debe tomar su propio curso”, dijeron los
padres. “Si es la voluntad de Dios que ninguna de nuestras niñas sobreviva, así
será.” El hospital, creyéndose obligado a hacer lo que pudiera para salvar por lo
menos a una de las niñas, pidió autorización a los tribunales para separarlas a
pesar de los deseos de los padres. El permiso se concedió, y el 6 de noviembre
se realizó la operación.
Tal como se esperaba, Jodie
vivió y Mary murió. Al reflexionar sobre este caso, debemos distinguir entre la
cuestión de quién debía tomar la decisión y la de qué decisión debía tomarse.
Podría pensarse, por ejemplo, que la decisión debía dejarse a los padres, caso
en el cual se objetará la intromisión de los tribunales. Pero queda todavía por
definir cuál sería la decisión más sensata que los padres (o alguien más)
podrían tomar. Nos concentraremos en esta última pregunta: ¿sería correcto o
incorrecto, en estas circunstancias, separar a las siamesas?
Tercer caso: TRACY LATIMER
Tracy Latimer, una niña de 12
años víctima de parálisis cerebral, fue asesinada por su padre en 1993. Tracy
vivía con su familia en una granja de las praderas de Saskatchewan, Canadá. La
mañana de un domingo, mientras su esposa y sus otros hijos estaban en la
iglesia, Robert Latimer encerró a Tracy en su camioneta, conectó una manguera
al tubo de escape y la asfixió hasta que murió. A su muerte, Tracy pesaba menos
de 18 kilos; se dijo que estaba “funcionando con el nivel mental de un bebé de
tres meses”. La señora Latimer dijo que se había sentido liberada al encontrar
muerta a Tracy al regresar a casa, y añadió que ella “no había tenido el valor”
de hacerlo por sí misma.
Robert Latimer fue enjuiciado
por asesinato, pero el juez y el jurado no quisieron tratarlo con severidad. El
jurado sólo lo declaró culpable de asesinato en segundo grado, y recomendó que
el juez no aplicara la sentencia correspondiente de 25 años. El juez estuvo de
acuerdo y lo sentenció a un año de prisión, seguido por un año de confinamiento
en su granja. Sin embargo, la Suprema Corte de Canadá intervino y determinó que
debía imponerse la sentencia obligatoria. Robert Latimer está ahora en prisión,
cumpliendo una sentencia de 25 años.
Dejando de lado las cuestiones
legales, ¿hizo algo incorrecto el señor Latimer? Este caso incluye muchas de
las cuestiones que ya hemos visto en los otros casos. Un argumento en contra de
Latimer es que la vida de Tracy era moralmente valiosa, y que él no tenía
derecho a matarla. En su defensa, puede responderse que el estado de Tracy era
tan desastroso que no tenía perspectivas de “vida” en ningún sentido del
término, más que en el biológico. Su existencia se había reducido a un
sufrimiento sin sentido, de modo que matarla fue un acto de piedad.
Considerando estos argumentos, parece que el señor Latimer actuó de un modo
defendible.
Comentarios
Publicar un comentario